Seguimos quemando etapas.
En la tercera etapa de mi Tour de Suiza particular, salimos de la preciosa ciudad de Bellinzona mediante un sistema de carriles bici, que desde luego dan mucha envidia, aunque ya los pude ver el año pasado en Austria. Y salimos ¡¡con SOL!!, el primer día de lo que llevamos que salimos a la carretera con el astro rey en todo su esplendor.
A priori el día pintaba bien, con las ascensiones al Lukmanierpass y al Oberalppass para ir a nuestro lugar de destino: Andermatt.
Pero antes de eso, Suiza con este sol luce en todo su esplendor y es simplemente espectacular, aunque no me puedo ni imaginar cómo debe ser esto nevado, algo que seguramente no lo veré en la vida, pero me puedo hacer una idea.
La etapa de hoy apenas tenía 115 kms, pero mucho más desnivel que el día anterior y en menos kilómetros, por tanto, de etapa fácil nada de nada. Había que mentalizarse para no dejar de subir. Y como siempre, para eso, la premisa es que hay que desayunar mucho y bien, aunque te cueste, por que como se suele decir “si el caballito no come, el caballito no anda”.
Salimos del hotel a las 8:30, y por segundo día consecutivo, con un Voltaren en el desayuno como precaución por la rodilla, que, aunque el día anterior no dio problema alguno, por si acaso, tampoco convenía echar las campanas al vuelo de buenas a primeras.
Los primeros 10 kms de la etapa por un sistema de carriles bici antes de salir a la carretera propiamente dicha, aunque eso sí, desde el minuto 1, sin parar de subir, quizá los primeros kilómetros suavemente, pero sin dejar de subir y eso poco a poco se va notando. El primer objetivo del día era el kilómetro 61, que es donde estaba situada la cima del Lukmanierpass.
Sobre el papel, la subida de verdad comenzaba en el kilómetro 20, a la altura del pueblo de Biasca, para luego afrontar un puerto de 40 kms de subida, vamos, lo que se dice un paseo matinal. Pero esta subida al Lukmanierpass tiene truco, ya que como la subida del día anterior al Splügenpass, es un puerto con “escalones”
Desde el pueblo de Biasca, comenzó mi calvario particular durante un rato, porque simplemente me costaba encontrar el ritmo, pero como íbamos en grupo, lo iba sobre llevando.
Más adelante, en el pueblo de Acquarosa, que es donde de verdad, comienza el puerto, paramos para hacer un avituallamiento antes de proseguir la marcha, y el parón me sentó regular, y desde ahí hasta arriba quedaban aún 20 kms de subida, por lo que, mentalmente me decía que era como “el Tourmalet (18kms) y un poco más”.
Sufriendo por el Lukmanierpass.Foto de Rubén Fueyo @rubenfueyofotografo
El puerto en sí no es excesivamente duro, es más, es realmente llevadero, de los que me gustan, de ritmo y mucha cadencia, ya que todo el puerto oscilaba entre el 3% y 7%. Pero las patas no iban, y estaba claro que los excesos de la etapa anterior me estaban pasando factura, donde en los kilómetros finales, me olvidé de que había más días y eso se acaba pagando. Por tanto, había que echarle cabeza, poner un ritmo y para arriba poco a poco.
Así al tran-tran llegué a la cima del Lukmanierpass, concretamente al hospicio que hay en la cima, que está justo a la entrada de un túnel larguísimo, donde tenía un pelín más de subida y luego un rato de bajada, y debíamos todos de cruzar juntos, aunque estuviera muy pero que muy bien iluminado.
Y lo que son las cosas, antes del túnel lucía un sol estupendo, pero al salir al otro lado del túnel, comenzaba a llover, asi que sea acabó el sol, además de aderezado con muchísimo viento en contra. Pero tambien es verdad, que según íbamos bajando, el tiempo iba mejorado “algo”, tampoco mucho, pero al menos dejó de llover.
Ya abajo, en el pueblo de Disentis, comenzaba la segunda subida del día, la del Oberalppass. Y gracias al track de la organización, pude ver que tenía dos tramos. Uno inicial de 7 kms, con un descanso de 2 kms para continuar con otra subida final de 10 kms. Y una vez arriba, era bajar y llegar a nuestro destino en Andermatt.
Pero al comenzar este segundo puerto, hubo cosas que pasaron.
En la bajada del Lukmanierpass, ya me encontraba mucho mejor, y como la bajada era rápida, técnica y con un asfalto perfecto, llegué a abajo totalmente solo, al igual que el día anterior cuando bajamos el Passo San Bernardino. Ahí rápidamente, dejé la ropa en la furgoneta de la organización y sin esperar a nadie, comencé el puerto, que era subir y listo.
Nada más comenzar la subida, cogí a un grupo de 3 ciclistas que iban unos pocos metros por delante de mí. Dos de ellos tendrían más o menos mi edad (18 años y unos meses) con un chaval de unos 20 años aproximadamente, que, para empezar, iba con un casco de contrarreloj y con una posición horrible sobre la bici, con el sillín altísimo y pedaleando de puntera.
Al principio, me puse a rueda de ellos, primero para ver que ritmo llevaban y luego, para ver cómo era el puerto en sí. Pero al poco vi que este trio no caminaba cuesta arriba (ni yo tampoco, asi que imaginar el ritmo), pero en un alarde de chulería española, pongo plato grande y les paso poniendo la cara seria como si apenas me costara ir subiendo, con un ritmo muy alto durante un par de kilómetros por que, además, ese tramo tampoco era muy duro. Lo dicho, chulapo madrileño. Pero en honor a la verdad, es que este primer tramo del puerto tampoco era para tanto, dado que en 7 kms apenas se subían 380 metros de desnivel.
Primeros compases del Oberalppass.Foto de Rubén Fueyo @rubenfueyofotografo
Como curiosidad, a este grupo de tres ciclistas los volví a ver en Andermatt, cuando ya había llegado, guardado la bici y me había duchado, por lo que confirma que el ritmo que llevaban no era muy alto.
Siguiendo con el puerto, dada la poca dificultad de este primer tramo de puerto, conseguí aguantar este ritmo hasta arriba de este primer tramo y ya en el descanso de 2 kms que había después, me lie de nuevo la manta a la cabeza y literalmente me puse todo trapo. Pura temeridad, pero lo estaba disfrutando………..
Cuando comenzó el segundo tramo, que era mucho más duro, iba tan “engorilado” que pasé a otros 3 ciclistas que iban en bici de montaña, y los pasé simplemente a tope, pero como si nada, es decir, como si llevara a rueda al mismísimo Pogacar y estuviera preparando su ataque poniendo un ritmo duro, pero tambien iba pensando que lo iba a pagar.
¡¡Al ataque Pogacar!!
Este arreón apenas me duró kilómetro y medio, pero lo suficiente para a estos 3 ciclistas que acababa de pasar, dejar de verlos, poner mi ritmo y hasta arriba.
Los siguientes 4 kilómetros, que tenían un porcentaje del 3-4% mantuve el tipo, pero estaba claro que los 5 kms finales era donde se concentraba toda la dureza del puerto, y yo cuando se pasa del 8% soy un auténtico bluff subiendo, y en esta ocasión lo demostré con creces, pero el caso es que, entre pitos y flautas, solo me quedaban ya 5 kms para la cima. La etapa estaba hecha.
Subiendo por el Oberalppass.Foto de Rubén Fueyo @rubenfueyofotografo
Al paso por el pueblo de Tujetsch, determinaba la mitad del puerto y como me temía, empezaba lo duro del mismo, con alguna rampa incluso en el 14%.
El sol ya había desaparecido por completo, empezó a chispear, el viento pegaba de cara y la temperatura bajó rápidamente, había comenzado mi agonía final. Pero al final, después de un rato sufriendo, coroné el puerto del Oberalppass.
Últimos compases del Oberalppass.Foto de Rubén Fueyo @rubenfueyofotografo
Arriba del puerto, foto rápida y a abrigarse mucho, dado que, en la cima del puerto, teníamos una temperatura de 3 grados. También ahí arriba pude ver el faro más alto del mundo, que estaba construido en la cima de este puerto, en honor a todos los fareros del mundo.
Una vez abrigado y con la foto de rigor, ya solo tocaba bajar y ahí tampoco esperé a nadie, me estaba quedando congelado y estaba como loco por llegar al hotel. Además, esta bajada la recordaba de cuando estuve hace 10 años por la zona y concretamente pasé este puerto con el coche, aunque en aquella ocasión con una gastroenteritis de cuidado y sin ganas de bici.
La bajada en sí era realmente rápida, muy fácil y un asfalto perfecto, por lo que a poco que te despistaras, la bici se disparaba a toda velocidad, y por tanto andarse con cuidado. Como curiosidad, justo cuando estaba llegando abajo me crucé a 4 corredores del equipo profesional del Tudor.
Una vez ya en el Hotel Schlüssel, me cambié/duché rápidamente y como siempre, tocaba irse de paseo por el pueblo, que no hacía mala temperatura, lucía el sol y aunque con algo de fresco, se podía disfrutar la tarde. Pueblo que, por cierto, es realmente pequeño y muy pintoresco, y se cruza en apenas 20’ de punta a punta. Pero mi objetivo esa tarde era localizar y ver una gasolinera donde se rodó una escena de una película de James Bond, concretamente la de Goldfinger en 1964.
Una vez que llegué allí, la decepción fue absoluta. Apenas queda cuatro cosas de esta gasolinera, estaba en obras y solo un pequeño cartel justo al lado, indicaba lo que he comentado antes. Lo dicho, una decepción, me esperaba otra cosa, si acaso algo que sirviera como reclamo turístico.
Antes de volver al hotel, aprovecho para dar un enorme paseo ya que me quedaban aún 2 horas hasta la cena, y por tanto me dio tiempo a ver el pueblo a conciencia y visitar, entre otras cosas, las dos iglesias (muy bonitas) que tenía este pueblo.
Después de la cena, otro paseo con algunos compañeros y a la cama, que tocaba la etapa 4 y era la etapa reina.
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